Tal
como lo define Aquiles Gay en “La educación tecnológica. Aportes
para su implementación”: “La tecnología es la suma total de
nuestros conocimientos, capacidades y habilidades para resolver
problemas técnico-sociales”.
Ahora
bien, en lo que respecta a los medios de producción utilizados, a
los fines específicos de clasificación, se pueden distinguir dos
grandes ramas en el campo de la tecnología: la tecnologías
denominadas “duras” y las denominadas “blandas”.
Las
tecnologías “duras” se distiguen por tener como propósito la
transformación de elementos materiales con el objetivo de producir
bienes y servicios. Dentro de estas tecnologías pueden distinguirse
dos grandes subgrupos: las que producen objetos en base a acciones
físicas sobre la materia y las que basan su acción en procesos
químicos y/o biológicos.
Algunos
ejemplos de tecnologías duras son la mecánica, la electrónica, la
biotecnología, entre otras.
A su
vez, las tecnologías “blandas” (también llamadas gestionales)
son aquellas que se ocupan de la transformación de elementos
simbólicos en bienes y servicios. Sus productos no son elementos
tangibles: permiten mejorar el funcionamiento de las organizaciones o
en el logro de sus objetivos.
Dentro
del campo de las tecnologías blandas se pueden mencionar a las
relacionadas con la organización, el marketing y la estadística,
la educación (en lo relativo al proceso de enseñanza), la
psicología de las relaciones humanas y del trabajo y el desarrollo
del software.
La
tecnología está íntimamente vinculada a la estructura
sociocultural y por ello conlleva implícitos determinados valores:
podemos aseverar por ello que no es ni social ni políticamente
neutra. Es imposible plantear la tecnología desde un punto de vista
exclusivamente técnico-científico. La tecnología integra técnicas
con conocimientos científicos, valores culturales formas
organizativas de la sociedad.
Por
ello, podemos decir que toda cuestión relacionada con la tecnología
es también una cuestión de índole innegablemente social y
cultural.
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